jueves, 8 de mayo de 2008

EL REENCUENTRO


A lo lejos se escucha una canción con ritmos caribeños que le recuerda bellos momentos. La brisa suave y húmeda de verano le trae olor a mar, arena y sal. La extraña.
Se pregunta incesantemente dónde esta ella, la busca en las estrellas, en cada puesta de sol, en el agua de los mares, en las sombras nocturnas, en el sonido de una risa, en una mirada…
A veces sueña que se vuelven a encontrar y reviven cada instante, esas miradas cómplices, esas caricias audaces, las ilusiones compartidas y la certeza absoluta que desean estar juntos para siempre.
De repente siente frío. Ese frío que le dejo su ausencia, ese adiós que le congelo el alma y un hasta pronto que le hizo recuperar la esperanza. La esperanza…esa lucecita interna que no desea apagarse, que ni el tiempo y la rutina la consume, esa luz que lo anima día a día a vivir…esperando.
Despertó una mañana de abril con la certeza de que su espera pronto iba a llegar a su fin. Se levantó de su camastro y se dirigió a su armario -como cada mañana- a ver que de nuevo encontraba; pero siempre estaban las mismas seis camisas blancas, los cinco pantalones grises y uno azul marino – este era su favorito- pensó. Se vio en el espejo y notó, por primera vez, el paso del tiempo en él. Se observó la piel arrugada y percudida por el sol, los hilos plateados que surcaban su cabellera negra azabache, tomó su peine y trató de amoldarla – tarea imposible como diría ella- se dijo en voz alta. Llego al baño, abrió la llave de la ducha y sintió el agua fría sobre su cuerpo, usó jabón de olor, pues considero que la ocasión lo ameritaba, salió, se secó y se vistió con su pantalón azul marino y su camisa mejor planchada.
Se asomó a la ventana a observar el mar con su inmensidad azul en aparente calma, y le dio gracias por haberle dado el sustento diario, el sentido de su vida, y sobre todo, por haberle traído a su amor. Se observó nuevamente en el espejo y aunque se vio más viejo y cansado, sabía que ante los ojos de ella, siempre luciría bien, pues ella sólo sabía verlo con los ojos del alma.
Se acostó en su camastro y supo que esos serían sus últimos minutos de espera. Al cabo de un rato, giro su rostro hacía la ventana y entre suspiros dijo a media voz: “allá voy Lucía” y poco a poco sus ojos se fueron apagando como dos luceros al amanecer.

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